En el mundo del arte actual es casi imposible no reconocer el nombre de Yayoi Kusama, artista de procedencia japonesa con más de 50 años de carrera cuyo trabajo es de los más caros creados por artistas en vida y de los más celebrados, sin embargo, Kusama no siempre fue ovacionada como lo es hoy en día; para ser sinceros, la rival de Warholl vivió una vida llena de obstáculos que moldearon las diferentes etapas de su carrera retratadas en Kusama Infinity.
Por medio de la cámara de Heather Lenz recorremos los puntos clave que han marcado la vida de Kusama, desde sus orígenes en el pequeño pueblo agricultor de Matsumoto, hasta su vida como una artista que regresa cada noche a un hospital en Shinjuku.
Poco después del fin de la segunda guerra mundial, Kusama decidió buscar un futuro en el arte en la gran manzana, donde por medio de lienzos gigantescos de patrones infinitos y esculturas suaves intento -sin mucho éxito- hacerse un nombre en el mundo del arte. Después de mucho esfuerzo, y de ver como sus ideas eran replicadas con más éxito por hombres más poderosos que ella, vuelve derrotada por una industria sexista y racista a su país natal, donde termina por enfrentarse a una escena artística bañada en el conservadurismo y en la cual su nombre es repudiado hasta por su pueblo natal.
Kusama tuvo que enfrentarse a obstáculos muy fuertes en su carrera, quien diría que el valor del arte no es visto a través del trabajo sino a partir de quien lo produce. Kusama es la primer persona en lograr un trabajo tan fascinante, incapaz de ser replicado. Terapia, tanto para ella como para el observador, que nos recuerda lo difícil que es comprender un concepto tan abstracto, fascinante y obsesivo como la infinidad.
Trabajo digno de la pantalla grande y excelente tributo, Kusama Infinity nos permite entrar al oscuro pasado de una artista rechazada por el mundo y a su vez enamorarnos de nuevo, o por primera vez del mundo que yace en el arte de Yayoi Kusama.
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